Calcetines

Calcetines es un gatito que se pasea por la urbanización de la casa de mis padres, es callejero y muy bonito, tan bello como salvaje. Es gris, con el pelo ni corto ni largo, no es siamés ni tampoco persa, ni romano; tiene motitas blancas en los extremos de sus patitas, donde las almohadillas, de ahí su apodo.

Pues estaba yo con mi portátil en la mesa del jardín, ordenando los archivos, liberando el disco duro, cuando se me ha acercado él. Venía desde el final del jardín, que lo vi llegando, mirando firme, andante con sus cuatro patitas, carismático, un gato seductor, pisando el césped con firmeza en el lomo y en su contoneo, pasando por entre los rosales y las buganvillas, con una seguridad que muchos humanos ya quisieran para ellos. Se me quedó mirando un buen rato, con su pata delantera derecha alzada, con los ojos como platos y muy quietecito, como esperando un movimiento mío. Llevaba entre sus dientes, colgando de sus fauces, una pobre lagartija muerta, que en paz descanse. Un trofeo, no sabemos para quién. Un agradecimiento, un apetitoso souvenir, un recuerdo que, seguramente, esconderá bajo la toalla del cuarto de baño, y que sus dueños considerarán una cochinada.

Y ahí va Calcetines, un gran gato. Agradecido y orgulloso.


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