Entradas

Mostrando entradas de junio, 2007

Deseos de espuma...

Que venga el sol. Que me dore por dentro, que me alumbre tanto que no pueda mirar, que tenga que cerrar los ojos para no ver nada. Y utilizarlo de excusa para no verte. Que venga el aire. Que me devuelva al suelo, que me empuje con tanta fuerza que me tenga que agarrar a algo, para que me sujetes. Y me abraces cuando caiga, con fuerza. Que venga la lluvia. Que me moje entera, que me llene con tanta intensidad que se me cale el frío hasta en las venas. Que yo lo sienta. Que me ahogue. Para que tú me salves. Por última vez. Que venga el fuego. Que me queme, que me funda, que me arda tanto que me convierta de nuevo en ceniza. Que compacte mi materia, ahora porosa. Que me duela y me mate. Para que tú me llores. O me quieras. Que suba la tierra. Que me tape. Que me ahorque, que me pese. Que me arañe tanto que me escueza. Que te escueza tanto que me arda, que te arda tanto que te mate, que te haga volar. Para que puedas verme.

Calcetines

Calcetines es un gatito que se pasea por la urbanización de la casa de mis padres, es callejero y muy bonito, tan bello como salvaje. Es gris, con el pelo ni corto ni largo, no es siamés ni tampoco persa, ni romano; tiene motitas blancas en los extremos de sus patitas, donde las almohadillas, de ahí su apodo. Pues estaba yo con mi portátil en la mesa del jardín, ordenando los archivos, liberando el disco duro, cuando se me ha acercado él. Venía desde el final del jardín, que lo vi llegando, mirando firme, andante con sus cuatro patitas, carismático, un gato seductor, pisando el césped con firmeza en el lomo y en su contoneo, pasando por entre los rosales y las buganvillas, con una seguridad que muchos humanos ya quisieran para ellos. Se me quedó mirando un buen rato, con su pata delantera derecha alzada, con los ojos como platos y muy quietecito, como esperando un movimiento mío. Llevaba entre sus dientes, colgando de sus fauces, una pobre lagartija muerta, que en paz descanse. Un trof
Se dice que el sol no es tan luminoso. Se dice que no alu

Vas corriendo...

... a reencontrarte. La esperas con los brazos abiertos al final de la avenida, la has perseguido todo este tiempo, sin saberlo. Has embestido a la Humanidad para llegar a verla. Has peleado, has sudado el alma por cada poro de tu piel, por cada piel de tu pellejo, para que se tope contigo. Esperaste, te desesperaste y volviste a confiar. Ella te veía hundiéndote en la miseria, rompiéndote el cuerpo por darle con la puerta en las narices. Te rompiste por todas partes, te quebraste en mil y un pedazos, y con el crujido de tus vísceras, de tus pasiones al agotarse, de su aliento al extinguirse. Inspiraste el cálido aire de la mañana veraniega, expiraste al anochecer. Y aún te espero. Entre sarcófagos, bajo tus pies.

El muelle

Érase una vez un hombre que solía ver los atardeceres sentado en un muelle. La madera vieja se quejaba cuando alguien se subía y paseaba sobre los tablones, mientras la nata espumosa del mar rompía en los pies de aquel hombre divagante y panorámico, distendido, medio loco, aturdido. La palma de sus pies rozaba livianamente la superficie del agua, sentía el frescor, la brisa, las olas, la vida, yéndose en cada viaje al horizonte. El azul verdoso era penetrante, casi mágico, casi aire, pero con más cuerpo. Veía a las pequeñas barcazas a lo lejos echar sus redes, los humildes pescadores recogiéndose cuando el sol estaba en lo más alto y más apretaba, las botas brillantes y negras o añiles arribando a la orilla, a la arena compacta de las doce. El hombre tenía un sombrero, y pelillos rizados y canosos, como serpientes viejas, tan viejo era... las moscas se hundían en sus arrugas, profundas, irremediables, sus mofletes eran placas tectónicas a pequeña escala, como pintadas en un lienz

La demolición

Dalia vivía en un jardín de la novena planta de un bloque de apartamentos viejos. No había mucho espacio, pero le gustaba pasar las horas tomando el sol y cogiendo color. Le gustaban los molinillos de viento de colores que yacían clavados en la tierra; los había grandes y pequeños, con motivos y sin ellos, todos de muchos colores, como a ella le gustaban. Le encantaba moverse al son del viento y saborear los sonidos que traía del apartamento de abajo, procedentes de las horas de concentración de un joven estudiante de conservatorio. Todo transcurría con la anormalidad de siempre, hasta que un día sucedió lo que tenía que pasar: el edificio tenía casi setenta años de antigüedad y amenazaba con derrumbarse, por eso habían ordenado derruirlo y compensar a las familias con nuevas casas, un poco más lejos de allí, y una cantidad de dinero. Así que, un cinco de abril, las escaleras se llenaron de maletas, el ascensor no paraba de bajar y subir con bultos y muebles (los más imprescindibles),

Papel mojado.

Parecía que se hubiera enfadado con su propio ingenio y con ingenuidad se resignaba. Achacaba las culpas al stress y la falta de alimento, y se empezó a morder las uñas y a jugar con un hilillo de su chaqueta, en vistas de que no había manera. Apretaba los ojos, su cara se encendía y sus pies se recogían, pero nada, sus esfuerzos aunados no daban ningún fruto. Encima ese día nada le estaba saliendo bien. De hecho, nada le salía. Después de una hora, logró reunir fuerzas y presenció el nacimiento de lo que tanto había deseaba deshacerse pero, aun así, no se conformó. Comprendió que quizás no había llegado su momento aún y, después de una larga espera, decidió levantarse. Se decidió a tirar de la cadena, contemplando como se marchaba aquella cosa marrón que a punto estuvo de bautizar en un descuido, y salió de su habitación.

Hablar contigo...

... es como suplicarle a un gato. Te esfumas en mis palabras, te disuelves, te absortas y me olvidas. Te lames la entrepierna, luego te cansas y te duermes entre tus idas y venidas al séptimo cielo. Te has buscado tu mala suerte, así que no se te ocurra mirarme con cara de corderito degollado. Has roto muchos platos ya, demasiados, como para pasar impune por la vida. Me has destrozado la habitación, has desplumado mi colcha favorita, has mordido mis libros, devorando sus paranoias. No vengas ahora con el cuento de que no sabías, no podías o no te dejaron porque no conseguirás encandilarme. No me beses, no ahí. No ahí... Si es que... ya no sé qué hacer contigo. Anda, pasa, ya te traigo yo tu hueso preferido. Pero deja de llenarme la cara con tus babas. (Si lo sé antes, me compro un guakamayo).

Universo...

Universo fantasmagórico. Asombrosamente acongojante. Solo un verso versa sobre el mundo, solo uno. Y no es materia. Cabeza hueca, cerebro seco, mente convexa. Tus neuronas se pasan el día flotando entre la espumosa cerveza, se tuestan con los rayos del sol de Agosto y presientes que la hora se acerca. Hueles peces volando en la hierva, ves mariposas nadando en estanques. Sientes las pelusas tan pesadas surcando tus arrugas. Amapolas se te abren a tu paso. Te riegan las avejas y las hormigas te abanican. Los árboles se precipitan a tu paso, quieren que te subas: ellos te llevan. Te subes, te arañas con sus espinas, pero te montas en sus ramas de todas formas. Te encuentras una manzana naranja. Te la comes sin pelarla. "Sabe a sandía", piensas. Pero te da igual. Transformas el aire en vapor pesado y el dinero en más cerveza. Sabes que tu yo se ha muerto y ha resucitado ciento veinte mil veces. Pero esta vez le has puesto en su copa matarratas.

Ya no me visitas por las noches...

Imagen
... ni me arropas para que sueñe contigo despierta. Prometo divertirme, dame tiempo. Te regalaré palabras heladas cuando llegue el calor. Te daré mis sueños y mis esperanzas. Mi boca será tuya si lo pides y mis secretos irán contigo adonde vayas. Te prometo ser buena estudiante y mejor persona, pero ven a mi cama a darme mimos y carantoñas hoy al menos. Quiero que me hagas olvidar el mundo. Después del éxtasis, quiero que me lleves al dormitorio y que me tumbes en la cama. Quiero que abras la ventana y dejes entrar la magia que viste en mis ojos cuando me conociste. Quiero que te tumbes conmigo y nos cubras con las sábanas limpias y frescas que huelen a azahar. Quiero que te quedes dormido con mi respiración y mis ruidos. Entonces será cuando me gire y te abrace, susurrándote al oído: cariño, he emparedado a tu amante.

Agua

Nubes de azúcar, un estanque de agua verdosa y fría, nenúfares rosas y violetas. Voy entrando con los pies descalzos; a cada paso, una polvareda de tierra se levanta y me enturbia la mirada. Me meto en la nada, me sumerjo y espero. Noto bancos de renacuajos y pececillos revolviendo el agua que envuelve mis pies y mis tobillos. Siento los dedos como míos, como si los redescubriera de nuevo en este momento, como si nunca hubieran estado aquí conmigo. Cierro los ojos y noto la brisa fresca, cómo me empuja hacia atrás y me libera. Oigo las hojas de los árboles que, aunque ya lejos, me esperan en la orilla pacientes, durmiendo. Extiendo los brazos y muevo los dedos. Siento que en mis yemas tengo cubitos de hielo redondos y transparentes, que se van derritiendo a medida que me acerco al sol. Pero no lo consigo. La brisa me arranca del sitio, hace que mi pelo se remueva violentamente. Cierro los ojos y aprieto los puños, preguntándome si hay alguien ahí, en algún lugar entre las montañas des