Papel mojado.

Parecía que se hubiera enfadado con su propio ingenio y con ingenuidad se resignaba. Achacaba las culpas al stress y la falta de alimento, y se empezó a morder las uñas y a jugar con un hilillo de su chaqueta, en vistas de que no había manera. Apretaba los ojos, su cara se encendía y sus pies se recogían, pero nada, sus esfuerzos aunados no daban ningún fruto. Encima ese día nada le estaba saliendo bien. De hecho, nada le salía.

Después de una hora, logró reunir fuerzas y presenció el nacimiento de lo que tanto había deseaba deshacerse pero, aun así, no se conformó. Comprendió que quizás no había llegado su momento aún y, después de una larga espera, decidió levantarse. Se decidió a tirar de la cadena, contemplando como se marchaba aquella cosa marrón que a punto estuvo de bautizar en un descuido, y salió de su habitación.

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