Respiro

Procurando sentirme parte del mundo, he ido reinventándome, haciéndome creer que pertenecía a cosas o a gente. Pero siempre estoy sola conmigo y por mí. Busco excusas para no sentirme tan cerca. Y el buscarlas me da tiempo. Todo el tiempo que me queda por vivir.


***


viernes, 6 de enero de 2012

Vals Op. 34, n2 in A m (F. Chopin)

Diciembre de 2011


Naufragaba en sus vaivenes cognitivos cuando apareció él: el vals Opus 34 en A m. Ella una vez hizo el amor con aquella pieza para piano y aún echaba de menos sus notas. Las yemas de sus dedos parecían buscarlas en la nada cuando empezó a llorar. Y se dio cuenta de que aún vivía, muy a pesar de haber muerto atropellada por sus pensamientos.

Se recordaba bailando al compás del tempo, olvidándose así de que el tiempo se le iba porque de alguna manera, aún mística y desconocida, su corazón se sincronizaba con Chopin en una atmósfera siniestra. Era como si la poseyera el marfil y su música. Por eso ahora todo estaba teñido de un color melancólico y sombrío.

Caminaba por las calles frías de la fría estación de invierno, de una Barcelona extranjera, buscando algo que la llenara de vida, mientras el Vals iba cada vez adelantándose más en ella, adoptando su postura ficticia de pianista reprimida. Al fin y al cabo tuvo que dejarlo. Dejó sus pianos, igual que dejó su vida y sus éxitos en algún recóndito lugar de su corazón, esperando el momento de cortocircuitarse definitivamente del mundo. Ya nada era lo mismo.

Tantos años de palabras para descubrir que la vida está repleta de cosas imperfectas, tanto tiempo de su vida enfrascada en un cuerpo de quién sabe qué resistente metal. Tanto tiempo para descubrir que el secreto de la felicidad está en asumir que la mediocridad no es una opción tan poco noble como ella consideraba. No porque fuera una opción aceptable sino porque para ella era lo peor. Aun así, después de tanto tiempo ella seguía pensando que no podía haber nada que la pudiera saciar del todo. Si todo era mediocre, ¿para qué vivir? No se conformaba con un teclado con imaginarias teclas de aire, y de triste mentira. Por eso le escocían las mejillas en esa Barcelona ausente de ella misma.

Llamada entrante de un número largo pero conocido, por segunda vez en el día. Y consiguiente pasotismo. Sentimiento de nostalgia por no llegar a ser todo lo que deseaba ser, por no tener a esas alturas todo lo que deseaba. En definitiva, porque estaba decepcionada. Decepcionada con la vida que le había tocado vivir y, por no evitar la verdad, decepcionada con su ser y estar. Porque vivía a través de un cristal, un bolígrafo o un semblante de plástico. Nada había ya que pudiera hacer, porque ningún esfuerzo le devolvía nada bueno y ya estaba cansada de palabrería barata. Por eso se dejó caer en un agujero negro que encontró en su camino. Aquel día que hizo el amor con Chopin en una fría calle de Barcelona fue como conjugar el calor y el frío. Por fin lloró y murió, autocircuitada.

Ensimismada por haberse encontrada de una forma tan inverosímil como banal y a la vez profunda, algo dentro de ella se rompió, sumiéndola en un largo letargo de pasiones escondidas. Encontró así su lugar en el mundo, y descubrió que su destino era tan abstracto como un sueño y un recuerdo.



Paredes y naufragios


Me busco en mi silencio y solo soy un eco de mi dolor.
Me busco en las alegrías y no me identifico.
Me busco en las lágrimas y soy impermeable.
Me busco en la vida y no siento nada.

Me busco... y jamás me había topado tan de bruces conmigo misma.



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